Esta realidad me ha hecho pensar en un sucedido del hospital Laguna, en Madrid, donde acuden sobre todo personas con enfermedades muy avanzadas. Estaba ingresada en una habitación una señora anciana. Un sacerdote del centro sanitario la visitaba de vez en cuando, y un día, cuando ella estaba cerca de morir, el cura estuvo a su lado, hablándole del amor de Dios y del encuentro que tendría con Él en la otra vida.
Acompañada por algunos familiares, la enferma estaba adormecida y no parecía enterarse de gran cosa. Cuando el sacerdote iba a marcharse, la nieta de veinte años que había estado presente le detuvo: ¿Puedo decirle algo? –Claro. Mire, yo no tengo fe. Pero he estado escuchando lo que decía a mi abuela y me ha sorprendido… Nunca había pensado que Dios fuese como dice. Vamos, que yo… ¡a un Dios así, me apunto!
Cada cual imagine cómo sigue la historia… En esa habitación del hospital habría representantes de tres generaciones: la abuela, la nieta y, en medio, muy probablemente, los padres de la joven. De las tres edades, la anciana tenía fe, y la más pequeña era agnóstica. Las palabras del sacerdote quizás tardaban más en llegar a corazones cansados y viejos, pero una mente joven las recogió al vuelo.
Como se veía en esa habitación, el relevo generacional de la sociedad se ha ido secularizando, abandonando el cristianismo. Se citan como pruebas las estadísticas sobre el descenso de la práctica de la fe, las rupturas familiares, los suicidios, etc. Tendencias irrefutables. Mire, yo no tengo fe.
Claro, con lo enferma que está la abuela, no es extraño. Pero auscultemos un poco, que no todos vamos igual. Hay gente que va inspirada a misa con fe profunda y expira alegría de lunes a domingo, en casa y en el trabajo, con claros altibajos y fracturas, pero dispuesta a confiar en Dios y a recuperarse de los baches. Otras personas cumplen el precepto dominical y no laten casi por dentro. De estos, quizás algunos están peleando por resucitar de nuevo, y en el fondo se fían de que la Eucaristía esconde un misterio profundo de Vida, y por eso se acercan a los sacramentos. Otros pocos, tal vez, no saben muy bien por qué van a la iglesia, o incluso alguna vez van para tranquilizar la conciencia o guardar las apariencias. Luego están los muchos que no quieren saber nada de religión, o querrían, pero nadie les ha dicho nada ni han encontrado amigos convincentes.
Por supuesto, solo Dios puede auscultar el corazón de cada persona. Y, como han subrayado bastantes santos del siglo XX (santa Teresita, santa Faustina Kowalska, santa Teresa de Calcuta, san Juan Pablo II…), Dios es una misericordia ardiente que no caduca ni se estropea con los calores del verano. Una misericordia que surge de un corazón enamorado.
Cuenta san Josemaría que una vez un amigo, con buen corazón, pero sin fe, le hizo mirar un mapamundi para que se fijase en «el fracaso de Cristo». ¿Por qué un mensaje supuestamente divino se desconocía en tantos lugares? El fundador del Opus Dei al principio se llenó de tristeza. Pero en el mapa de la tierra debió de intuir algo del mapa del cielo, pues cuenta que «esa sensación duró sólo un instante, para dejar paso al amor y al agradecimiento, porque Jesús ha querido hacer a cada hombre cooperador libre de su obra redentora. No ha fracasado: su doctrina y su vida están fecundando continuamente el mundo. La redención, por El realizada, es suficiente y sobreabundante».
En el mapamundi inflamado de injusticias y guerras, cada cristiano puede instalar, parafraseando al papa Francisco, su hospital de campaña. A la entrada de la tienda, si quiere, puede poner, en lugar del ‘Arbeit macht frei’ (‘El trabajo libera’) explotador, un ejemplo evangélico que inspire su vida y mejore su entorno (la familia, las amistades, los colegas, los vecinos…), algo que le lleve a trabajar «por el alimento que se conserva hasta la vida eterna».
En este hospital se nos cura de una grave enfermedad: la falta de amor que, en nuestra vida, que tiene su mayor expresión en no saberse amado por Dios. Y salimos del hospital entendiendo que es posible amar, sanados: algunas personas lo captan a la primera; otras requerirán un largo proceso de recuperación después de haber sido curado de sus heridas.
Querría acabar aconsejándote una jaculatoria que recomendaba San Josemaría. Brotaba muy del fondo de su alma: “¡Jesús, que has curado a tantas almas, haz que te vea como Médico Divino en la Hostia Santa!”.
Mn. Javier Palos
Misterio de Fe y de amor, San Josemaría habla sobre la Eucaristía